Detesto a los que van por el mundo con un discurso portátil, sospechosamente
coherente, que sueltan en cualquier sitio. Jamás dudan, y encuentran con
siniestra facilidad respuestas a todos los problemas de la vida. No son de fiar
esta caterva de vendedores de humo, adalides del pensamiento sumario, porque la
vida es todo lo contrario de un discurso coherente: la vida se manifiesta como un devenir absurdo y fragmentario. Si no fuera porque sus disparates han justificado,
y siguen justificando, la creación de auténticos infiernos en la tierra, en donde se practica el exterminio de
los descreídos de sus dogmas, nos harían reír… Hay que prestar atención, porque vienen tanto
por la derecha como por la izquierda, y huir de ellos como de la peor de las
pestes.
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