jueves, 7 de marzo de 2013


Cuenta Semprún que Buchenwald pertenecía a la categoría de lo que, dentro de esa pesadilla  ideológica que fue el Nazismo, se llamó “campos de reeducación por el trabajo”. Es muy revelador que en otros totalitarismos, como el Maoísmo, también se bautizara así a sus campos de férreo adoctrinamiento... Este afán por imponer al mundo los mandamientos del líder, infalible, e implacable, en sus diagnósticos, está presente en todas las dictaduras que han acaecido a lo largo de la Historia. Una odiosa intención que está íntimamente relacionada con el tan aviesamente empleado adverbio “objetivamente”. Esto es, existe una Realidad Histórica Objetiva que el líder del momento, en este caso Adolf Hitler, se atribuye la misión (otra palabra favorita de los grandes dictadores: misión) de “transmitir” al resto del mundo. ¿Y si el mundo no la acepta? Para eso estaban los campos como Buckenwald, para que los descreídos de toda índole fueran reeducados a base de cargar descomunales piedras de un lado para otro, ingiriendo, cada catorce horas, un líquido que solo un loco llamaría café, mondas de patatas, calentadas en hornillos rudimentarios, y un poco de margarina…Y para contribuir a su aprendizaje pusieron a su disposición una biblioteca repleta de títulos que"explican"con detalle la causa nazi. En Guantánamo no hay biblioteca: resulta imposible leer encapuchado…

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