sábado, 9 de marzo de 2013


En la cola del supermercado, una chica marroquí golpea con una de las ruedas del carrito de la compra a la chica española que tiene delante.

-Lo siento- dice la marroquí.

Indignada, la española, no solo desprecia la disculpa, sino que exclama:

-¡Hija, es que lleváis unas prisas!

Y, con mirada asesina, sentencia:

-Yo no sé para qué.

Yo, que he presenciado toda la escena porque estoy justo detrás de la chica marroquí, puedo atestiguar que el golpe que ha recibido la española ha sido absolutamente fortuito. Entonces, ¿a qué se debe su indignación? Creo que se debe a que cuando hemos llegado al terrible convencimiento de que solo hay una manera de ver determinadas cosas, cuando hemos decidido que alguien es de tal forma (¡y no hay vuelta de hoja!), tenemos la capacidad de eludir toda evidencia de lo contrario, por muy rotunda que sea. La muchacha española está convencida de que el golpe no tiene nada de fortuito, sino que es fruto de la maldad intrínseca de "estos inmigrantes de mierda”…

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