En la cola del supermercado, una chica marroquí golpea con una de las
ruedas del carrito de la compra a la chica española que tiene delante.
-Lo siento- dice la marroquí.
Indignada, la española, no solo desprecia la disculpa, sino que exclama:
-¡Hija, es que lleváis unas prisas!
Y, con mirada asesina, sentencia:
-Yo no sé para qué.
Yo, que he presenciado toda la escena porque estoy justo detrás de la chica
marroquí, puedo atestiguar que el golpe que ha recibido la española ha sido absolutamente
fortuito. Entonces, ¿a qué se debe su indignación? Creo que se debe a que cuando
hemos llegado al terrible convencimiento de que solo hay una manera de ver determinadas
cosas, cuando hemos decidido que alguien es de tal forma (¡y no hay vuelta de
hoja!), tenemos la capacidad de eludir toda evidencia de lo contrario, por muy
rotunda que sea. La muchacha española está convencida de que el golpe no tiene
nada de fortuito, sino que es fruto de la maldad intrínseca de "estos inmigrantes
de mierda”…
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