Mi padre fue cartero durante 35 años. Un trabajo duro, con frío, calor,
lluvia…Además de un excelente trabajo, hizo un sinfín de favores a los usuarios
del servicio, a los que les llevaba el correo diariamente, porque dichos
usuarios pasaban a ser amigos, y mi padre sabía que una carta puede ser mucho
más que un simple papel. Por ello, una vez jubilado, la gente lo buscaba para que
hiciera gestiones en la oficina de correos, averiguando por qué aún no habían recibido
cartas que les resultaban muy importantes, como podía ser una citación
judicial, y otras de similar importancia. Mi padre tenía en mente los rostros, con
nombres y apellidos, de miles de personas, porque para él no había correspondencia,
sin más, sino situaciones familiares que recibían una correspondencia concreta.
Nadie elogia la memoria de mi padre por quedar
bien; siempre hay varios hechos concretos que respaldan cada elogio. Como
la mujer que me he encontrado esta mañana por la calle. Su hijo estuvo varios
años en prisión. Después de darme el pésame, ha recordado, llorando, las veces
que mi padre le leyó las cartas que le enviaba su hijo desde las distintas cárceles
en las que estuvo preso…Mi padre nos enseñó, a mi hermano y a mí, el valor de
las cosas importantes sin abrir la boca, solo con su comportamiento.
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