miércoles, 24 de abril de 2013


Son ciertas decepciones infantiles, o algunos tropiezos adolescentes, cuyas heridas, ni han cerrado ni cerrarán jamás, y que nos acompañarán hasta la muerte, lo que nos mueve a recrear la realidad en un papel en blanco. Como un notario que da fe de la no conformidad con ciertos episodios de nuestra vida (donde la realidad se manifestó, por primera vez, como un muro infranqueable, o donde alguien nos abofeteó aprovechando que, ingenuos, no íbamos en guardia), el escritor niega el carácter definitivo de dichos episodios traumáticos. Es por esto que inventa una realidad literaria que repare unas vivencias que aún siente como inaceptables. Paradójicamente, la literatura es una gran reparadora de entuertos irremediables…

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