Voy leyendo una selección de textos del Quijote en el autobús. Se
sienta a mi lado un amigo. Me pregunta:
-Ginés, ¿qué lees?
-Una selección de textos del Quijote.
-Ya sabes que yo lo aborrecí en bachillerato. Me obligaron a leerlo en
dos semanas. Yo tenía catorce años.
He oído esta triste historia decenas de veces. Tantas veces la he oído
que me suena a programación intencionada, malintencionada, mejor dicho. ¿En qué
consiste la mala intención? Pues
sencillamente en que el alumno aborrezca la lectura, con todo lo que ello
implica para su futuro como ciudadano. Un ciudadano que no lee es un ciudadano
mucho más manipulable y, consiguientemente, más indefenso. Cuando se tiene que
acercar al alumno a la lectura, se le aleja con métodos sospechosamente
inadecuados. Obligar a leer el Quijote no es un método adecuado para fomentar
la lectura, ni del Quijote en particular, ni de la lectura en general: leer y
obligación son términos que no pueden ir juntos. Leer no es estudiar. Afortunadamente,
este amigo no aborreció la lectura. Voy a intentar convencerlo para que se haga cofrade de
Alonso Quijano.
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