Muchas veces he oído decir que lo importante es el mensaje del mesías
político del momento. Estoy en completo desacuerdo: el problema es el
mesianismo en sí, independientemente de lo que venda el charlatán iluminado de
turno. La relación existente entre este personaje siniestro y el pueblo es
completamente insana, repleta de servidumbre voluntaria, que es la peor de las
servidumbres. El mesianismo infecta la política de misticismo y superstición.
La política debe ser una tarea cotidiana y racional (puramente terrenal), en vez de un espectáculo siniestro donde nos encontramos con un elegido,
redentor, rodeado, no de ciudadanos, sino de fanáticos adoradores.
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