domingo, 30 de junio de 2013

Yo no creo en una revolución como solución de los gravísimos problemas de España porque no me fío lo más mínimo de los humanos que la pondrían en práctica. Así de claro. Los españoles, uno a uno, valemos mucho más que como pueblo. Dicho de otra manera: como colectividad en marcha, rozamos el retraso mental. (Basta con echar un ojo al gobierno tan hermoso que ha surgido de las urnas). Nuestra inteligencia colectiva ha demostrado ser, en muchas ocasiones, una inteligencia fracasada. Considero que el resultado de dicho experimento revolucionario sería un verdadero engendro político, que, aunque parezca mentira, sería mucho peor que el disparate de país que somos actualmente. Con esto no quiero decir que deba mantenerse el status quo. Ni muchísimo menos. Ahora bien, la regeneración política debe suceder de forma progresiva, profunda, verdadera y afianzando cada paso para que no haya vuelta atrás. Por cierto, es en el día a día de los ciudadanos donde debe producirse la regeneración, mucho antes que en las altas esferas políticas. Regeneración con humildad y sin estridencias. 

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