Es legítimo permanecer al margen de la realidad, por supuesto, pero
luego hay que asumir que a uno lo tachen de imprudente, o de cosas peores,
cuando habla de asuntos que desconoce. Imaginemos que una mujer muy bella profiere
esta frase desafortunada: “siempre ha admirado la belleza carcelaria”. Imaginemos
que esta bella mujer ingresa en prisión con una condena de 6 meses (es más que
suficiente para comprender). Imaginemos su primer día. Imaginemos la “belleza
del ambiente” que va a adherirse a cada uno de los poros de su piel sedosa. Se
levanta muy temprano y canta su número en medio de un grupo de mujeres que la
desean con una ferocidad animal; sobre todo, esa bigotuda de cien kilos que se
pasa el día en el gimnasio. Durante la mañana, nuestra inocente y bella
presidiaria novata pasa el tiempo en algún taller de la prisión, en donde algunas
de sus queridas compañeras, presas llenas de horrendos tatuajes, le tocan el
culo con el mayor descaro. Otras, más tímidas, se limitan a guiñarle un ojo… A
la hora de comer, come junto a la bigotuda musculosa, que se ha sentado a su
lado para ofrecerle protección a cambio de exclusividad sexual. Durante la hora
de la siesta llora a moco tendido, devanándose los sesos sobre si aceptar o no
la protección de semejante bombón, o quedar a merced de las demás reclusas
durante los seis meses que tiene por delante. (Le parece mentira estar aún en
el primer día de su condena). Al final del día (¿qué harían ustedes?) nuestra
caperucita acepta la proposición del armario con bigote, y a partir de ese
momento, se dedicará a contar con lágrimas de sangre cada uno de los días de la
condena. En esto consiste la “belleza del ambiente carcelario”. Por cierto, si se
trata de un hombre atractivo, el infierno es idéntico.
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