En cuarto curso de E.G.B tuve un profesor que era un verdadero animal, un
maltratador de tomo y lomo, un pésimo
docente, en resumen. Fue contratado a dedo por los salesianos. Ayer me enteré
de que ahora se dedica a impartir charlas encomiando virtudes tales como la
paciencia y la profesionalidad. Es decir, este indeseable encomia las virtudes
que no ha tenido en su puta vida. Pienso que la desvergüenza humana es infinita.
Recuerdo que una vez me abofeteó con saña porque yo, que siempre he sido una
persona alegre, me estaba riendo, no de él, sino de algo que me dijo un
compañero. Mi padre, midiendo la mitad que este cafre, se lo explicó con
detenimiento. No volvió a ponerme una mano encima.
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