Sonríe descarado cuando oye mencionar los crímenes perpetrados por los
regímenes políticos dictatoriales que tanto le hacen suspirar. Tan joven, y ya fanático
terminado, irrecuperable; soberbio, sueña con perorar durante horas ante multitudes
sumisas y boquiabiertas, deslumbradas por su infalible sabiduría. En las sangrientas
retaguardias, los sectarios como él campan
a sus anchas: inapelables justicieros. Profeta
del odio, su ceguera resulta inclemente y nefasta cuando enarbola la bandera
de la libertad…
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