La situación económica llegó a tales extremos catastróficos en aquel país tan
democrático y tan chachi piruli que estas bonitas excusas proliferaron como
ratas los días de cobro de los trabajadores: “Dios proveerá el mes que viene;
la paciencia es una virtud inestimable.”, “Buen chico.” o “Gracias por todo,
preciosa.”, acompañado de una alentadora palmadita en la espalda, “Tienes bastante.
Recuerda que la avaricia rompe el saco.”, “Hay que tener esperanza en el futuro:
la Virgen de Fátima vela por nosotros, pobres pecadores.”, “Bien sabes que yo
quisiera pagarte más, te quiero como a un hijo, pero la cosa está muy mal.”, “No
tengo dinero, me lo he gastado en el viaje al Caribe.”, “Ahora que mencionas lo
del salario, ¿puedes contribuir con algo a la boda de mi hija, que no me llega?”
(Estas dos últimas excusas solían preceder al inminente e inclemente Expediente
de Regulación de Empleo). Poco tiempo después, la situación se endureció aún
más, y una descarada y terminante iniciativa se extendió como la pólvora por el tejido
empresarial: la colocación de grandes carteles a la entrada de todos los centros
de trabajo para informar al personal: “Hoy no es día de cobro, mañana sí.”
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