sábado, 12 de octubre de 2013

Para Ernesto Mallo


Yo también sentí esa oscura atracción por los bajos fondos. El peligro y su inexplicable excitación. El clímax que se apodera del turbio local, y pone un nudo en la garganta (es todo un arte mostrarse impasible mientras te recorre un escalofrío por la espalda), cuando un tipo con la mirada tan perdida como su puta vida rompe una botella contra la barra y reta a alguno de los fantasmas que habitan en su mente psicopática… Aprender lo antes posible que si eres tan imbécil como para pedir las cosas por favor te toman por chivato de la pasma. Aprender a ir armado convenientemente para no acabar como un pringao de mierda, teniendo siempre presente que el cuchillo es preferible a la navaja (un pestañeo de menos es vital), y que el contrario debe sentir su fuego helado irremediablemente, a ser posible por debajo del ombligo, sin verlo venir. Porque en esos ambientes, amigo mío, la mejor educación es salvar el pellejo.

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