SARAJEVO, 1994
De riguroso luto, las sufridas madres, pasan agachadas y presurosas, aterradas,
como temblorosas sombras chinescas, para ir a comprar una elemental hogaza de
pan que aplaque momentáneamente a la bestia que muerde sus tripas y las de sus
fragilísimos hijos, por delante del edificio en donde se encuentra atrincherado
el temible francotirador serbio, que (ellas no lo saben) en esos precisos minutos
(preciosos para ellas) ha hecho una pausa para fumar tranquilamente, con
delectación, el único cigarrillo que le queda.
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