Todas las mañanas se arrastra, somnoliento, hasta su puesto de trabajo,
que detesta, por el que obtiene una limosna regulada por un convenio colectivo
democrático que te cagas, que jamás le permitirá vivir liberado de dicho
trabajo detestable. El otro día compró un libro sobre la construcción de las
pirámides y le pareció reconocer en un esclavo su misma cara. Un amigo suyo,
parado, imbécil y servil, le recuerda que por lo menos él tiene un trabajo, que
en los tiempos que corren es un lujo.
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