Vienen miles en insignificantes cáscaras de nuez, huyendo del infierno
(que no es un concepto filosófico o religioso, nene), y la mayoría de las veces
naufragan en el desesperado, heroico, intento. Los sesudos profesores de las más
prestigiosas facultades de periodismo, sabedores de que a veces estos infelices
vienen acompañados de sus hijos, enseñan a sus alumnos que los negritos
llorosos y aterrados son estupendos para abrir los telediarios. (En los
exámenes nunca se pregunta sobre este tipo de cínicas enseñanzas: está muy feo que
quede constancia por escrito de este tipo de lecciones magistrales.) Las
personas de orden de las ciudades portuarias a la que llegan estos desgraciados
lloran convenientemente por los inmigrantes muertos, a la vez que exigen, enjugándose
las aparentes lágrimas, que los supervivientes sean deportados sin contemplaciones.
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