jueves, 14 de noviembre de 2013

Cuando Federico García Lorca llega a Nueva York sufre un cataclismo espiritual. Paseando por las calles del gran escaparate capitalista no tarda en percatarse de que el estilo que ha empleado hasta ese momento en sus poemas no le va a servir para poder trasladar al desafiante folio en blanco sus impresiones sobre la ciudad de los rascacielos. Pero como todos los genios, García Lorca posee lo que podríamos llamar “plasticidad de alma”. ¿Qué quiero decir? Pues que Federico, humilde e inteligente, es capaz de cambiar de registro poético para expresar adecuadamente la fascinante, y a la vez terrible, realidad neoyorquina. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario