Cuando Federico García Lorca llega a Nueva York sufre un cataclismo
espiritual. Paseando por las calles del gran escaparate capitalista no tarda en
percatarse de que el estilo que ha empleado hasta ese momento en sus poemas no
le va a servir para poder trasladar
al desafiante folio en blanco sus impresiones sobre la ciudad de los
rascacielos. Pero como todos los genios, García Lorca posee lo que podríamos
llamar “plasticidad de alma”. ¿Qué quiero decir? Pues que Federico, humilde e
inteligente, es capaz de cambiar de registro poético para expresar
adecuadamente la fascinante, y a la vez terrible, realidad neoyorquina.
No hay comentarios:
Publicar un comentario