jueves, 21 de noviembre de 2013

Cuando observo las vidas de muchos de mis compañeros de generación compruebo que, afortunadamente, he hecho pocas tonterías peligrosas; tonterías que a ellos les ha costado perder el sueño. Muchas de esas tonterías tienen su origen en dos enfermedades del alma: una se llama envidia (estúpida envidia, puntualizo yo); otra, no haber aprendido a decir no, que es uno de los aprendizajes más importantes para caminar por esta peligrosa vida.

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