Cuando observo las vidas de muchos de mis compañeros de generación
compruebo que, afortunadamente, he hecho pocas tonterías peligrosas; tonterías
que a ellos les ha costado perder el sueño. Muchas de esas tonterías tienen su
origen en dos enfermedades del alma: una se llama envidia (estúpida envidia, puntualizo
yo); otra, no haber aprendido a decir no, que es uno de los aprendizajes más
importantes para caminar por esta peligrosa vida.
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