Cuando veo a esos energúmenos que se apostan delante del domicilio de alguien
que está inmerso en un proceso judicial, donde se le juzga con las civilizadas garantías
constitucionales, para escupirle en la cara insultos despiadados, pienso en los
espantosos autos de fe inquisitoriales. Y es que la chusma no pierde sus infames maneras, pero ahora tiene voto.
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