“Chulesco, luego existo”, salió arrastrando ruedas con su chatarra negra;
furioso, como si fuera un tipo duro de Brooklyn que no sabe dónde está
Brooklyn, mientras mi compadre Ángel y yo ocupábamos tranquilamente la plaza de
aparcamiento que al “viceverso” se le había escapado. Volvió en sentido
contrario para mirarnos cual perdonavidas de reality, pero le aguantamos la
mirada cual piratas sedientos de cerveza y carne trémula y noctámbula. Como
dijo el genio: “fuese y no hubo nada”.
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