jueves, 5 de mayo de 2016

Catorce meses llevo el riñón de un hombre que murió para que yo viviera… No me cuesta lo más mínimo estar en deuda con su familia, que consintió en donar sus órganos en el momento de su muerte. Esta mañana, cuando la doctora me ha dicho: “El resultado de los análisis es extraordinario”, no he dado saltos de alegría en la silla; me ha recorrido un oleaje de serenidad que probablemente es eso que llaman Felicidad. Y si no lo es, yo me conformo.

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