Cuando colocamos a un pobre en un altar, lo insultamos miserablemente,
porque no estamos pensando en él, sino en lo buenísimos y caritativos que
somos. A aquellos que otorgan un carácter sagrado a la pobreza, habría que
dejarlos morir de hambre. La pobreza tiene que ser erradicada, no sacralizada.
Otra cosa muy distinta es la solidaridad, humanidad compartida: discreta,
cotidiana, generosa, de espaldas a espantosos realitys.
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