sábado, 30 de julio de 2016

Cuando colocamos a un pobre en un altar, lo insultamos miserablemente, porque no estamos pensando en él, sino en lo buenísimos y caritativos que somos. A aquellos que otorgan un carácter sagrado a la pobreza, habría que dejarlos morir de hambre. La pobreza tiene que ser erradicada, no sacralizada. Otra cosa muy distinta es la solidaridad, humanidad compartida: discreta, cotidiana, generosa, de espaldas a espantosos realitys.


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